Guillermo, Catalina und Joan Carles

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No os asustéis: a pesar de la ocasión y de lo que pueda parecer, no dedico este artículo a cierta boda de cierto príncipe, porque los medios de comunicación ya nos han administrado una sobredosis de “Casa Real británica” en las últimas semana. Sin embargo, todo este jaleo demuestra que, incluso en el siglo XXI, la pasión por la sangre azul sigue estando viva y coleando. En las democracias modernas, los aristócratas parecen tan necesarios como un peine para calvos, pero por lo menos tienen cierto interés desde un punto de vista lingüístico…

Cuando oí hablar por primera vez de Isabel de Inglaterra y de su hijo Carlos, de Raniero de Monaco y de Ernesto Augusto de Hannover, me quedé bastante sorprendido.  Sé muy bien que tradicionalmente se traducían los nombres de los monarcas (Carlos I de España = Karl V. von Spanien, Henry VI = Heinrich VI. = Enrique VI, etc.), pero que se sigan adaptando los nombres hoy en día no me entra en la cabeza, y creo que es algo muy propio de España (avisadme si me equivoco). Me acuerdo de que hace unos años surgió un acalorado debate político(-lingüístico), cuando, con motivo del Fórum de Barcelona, el rey descubrió una placa con la inscripción de “Joan Carles I”, es decir la versión catalana de su nombre. Claro, es coherente en un país que sigue traduciendo los nombres propios de la nobleza actual, pero para un alemán, que no llama Hans Karl I. al monarca, sino Juan Carlos I., suena bastante absurdo.

El que no conozca esta predilección de los españoles por convertir en “suyos” los nombres extranjeros y se entere a través de los medios españoles de la boda del príncipe Guillermo de Gales con Catherine Middleton, podría creer que se trata de un matrimonio intercultural. Pero claro, la prensa ya ha puesto remedio y habla de la princesa Catalina de Gales. Es evidente que no quiere abandonar la tradición traductoril en cuanto a los nombres de monarcas, príncipes, papas, santos y personajes de fama universal se refiere. Así, por ejemplo, en España se llama Carlos Marx a Karl Marx, o Martín Lutero al reformador protestante Martin Luther o Alberto Durero al pintor más conocido del Renacimiento alemán, Albrecht Dürer. No obstante, los criterios para hispanizar a personajes conocidos no se aplican de forma consecuente porque a nadie se le ocurre hablar de Vicente de Gogh, mientras la prensa deportiva sí solía llamar Bernardo Schuster al antiguo entrenador alemán del Real Madrid de nombre de pila Bernd. Por lo tanto, más que estar sujeta a reglas lógicas, la traducción de los nombres propios en estos casos parece producirse de forma arbitraria, ¿no? Sea como sea, si por casualidad llegara a alcanzar fama mundial, preferiría que no me llamasen Andrés, Andreas, Andreu o Andrew

11 Comentarios

  1. Pues mira, esto es algo en lo que nunca había pensado, quizá porque la monarquía, la realeza, la aristocracia y otra serie de vividores, jetas y mangantes, me dejan frío, cuando no con sarpullidos. Los llamen como los llamen, todos tienen el mismo apellido: sinvergüenzas.
    Muy interesante esta entrada… Ander 😉

  2. En Francia también traducimos los nombres de personajes importantes (reyes, papas, escritores, poetas, hombres de estado, etc.) y hasta los nombres de ciudades de relevancia (Mainz > Mayence, Aachen > Aix-la-Chapelle, etc.). Creo que da una cierta fluidez al lenguaje, sobre para aquel que no domina la lengua extranjera del personaje o de la ciudad. Obviamente, tu nombre no lo voy a traducir al francés ;-))
    ¡Me gusta tu blog! Un saludo.

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